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La reciente noticia sobre el joven alemán de la City londinense que parece haber muerto por exceso de trabajo  (ver por ej. El mundo o El país) es una prueba más de que el llamado karoshi (muerte por sobrecarga de trabajo) que inicialmente se acuñó en Japón en 1978 se acerca a Occidente.

En la actualidad este tipo de muertes (la muerte cerebro-vascular o cardiovascular por exceso de trabajo) sólo se reconocen e indemnizan en Japón, Corea del Sur y Taiwan (se puede consultar su comparación en este artículo académico). En Europa, de momento muy lejos en lo que a reconocimiento se refiere, lo más parecido son los casos de Suecia y Holanda que ya reconocen el burnout  (popularmente, el estar quemado) como enfermedad profesional.

Y sin embargo estos casos extremos de Karoshi o de muerte por exceso de trabajo no deberían distraernos de una problemática menos traumática, pero con implicaciones para un número de personas mucho mayor. Es lo que se puede denominar intensificación del trabajo, una dinámica que va desgastando nuestra salud de forma lenta pero continua y que termina afectando a la salud a medio y largo plazo de forma crónica.

En pocas palabras, la intensidad de trabajo no es el número de horas que trabajamos, sino el esfuerzo que ponemos en esas horas, tanto en términos físicos como mentales.

¿Queremos decir estrés?

No exactamente. Tiene relación, pero  la intensidad es más bien una fuente de estrés (un estresor) que no ha dejado de crecer en Europa al menos desde que se realizan las encuestas europeas de condiciones de trabajo.

Según estas encuestas que elabora  Eurofound, la agencia de la UE para las condiciones de vida y trabajo, en España la intensidad habría crecido entre 1995 y 2005 un 40% (aquí medida como el trabajo con plazos muy ajustados al menos un cuarto del tiempo) antes de la crisis económica.

Evolución de la proporción de trabajadores que tienen plazos ajustados al menos 1/4 del tiempo

Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de Eurofound, 2013

Llegados a este punto quizás algunos se pregunten ¿Pero y esto no puede ser bueno? ¿No es una medida de nuestra productividad? ¿Y si es algo voluntario?. Iremos respondiendo estas preguntas, pero podemos adelantar que en términos generales es malo e insostenible para la salud. La investigación internacional confirma las consecuencias graves para la salud de la intensificación del trabajo (e.g. en términos de enfermedades mentales o cardiovasculares, entre otras) y también otras menos graves (e.g. musculoesqueléticas, gastrointestinales, bruxismo…).

Además, las consecuencias no sólo afectan a la salud «directamente», sino también por la vía del deterioro de las relaciones sociales (pareja, familia, amigos, etc) que a su vez suelen terminar impactando en la salud.

 

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